sábado, 19 de abril de 2014
NUESTROS INDÍGENAS. ASI VIO UN ESPAÑOL A LOS INDIGENAS.
Regulo la estatura media de los Charrúas una pulgada superior a la española; pero los individuos son más igualados, derechos y bien proporcionados, sin que entre ellos haya un contrahecho o defectuoso, ni que peque en gordo ni en flaco. Son altivos, soberbios y feroces; llevan la cabeza derecha, la frente erguida, y la fisonomía despejada. Su color se acerca tanto o más al negro que al blanco, participando poco de lo rojo. Las facciones de la cara, varoniles y regulares; pero la nariz poco chata y estrecha entre los ojos. Este algo pequeño, muy reluciente, negro, nunca de otro color, ni bien abiertos. La vista y el oído doblemente perspicaces que los de los españoles. Los dientes nunca les duelen ni se les caen naturalmente aun en la edad muy avanzada, y siempre son blancos y bien puestos. Las cejas negras y poco vestidas. No tienen barbas , ni pelo en otra parte, sino poco en el pubis y en el sobaco. Su cabello es muy tupido , largo, lacio, grueso , negro , jamás de otro color, ni crespo, ni se les cae: sólo encanece a medias en edad muy avanzada. La mano y pie algo pequeños y más bien formados que los nuestros : el pecho de las mujeres no tan abultados como el de otras naciones de indios. No se cortan el cabello, y las mujeres le dejan flotar libremente pero lo atan los varones y los adultos ponen en la ligadura plumas blancas verticales (…) Nadie cubre la cabeza y los varones van totalmente desnudos sin ocultar nada ; pero para abrigarse cuando hace mucho frío , suelen tener una camiseta muy estrecha de pieles sin manga ni cuello (…) No tienen juegos, bailes , cantares ni instrumentos músicos , tertulias ni conversaciones ociosas y les es tan desconocida la amistad particular, como que nunca se avienen dos para cazar, ni para otra cosa que para la común defensa. Su semblante es inalterable, y tan formal que jamás manifiesta las pasiones del ánimo. Su risa se limita a separar un poco los ángulos de la boca, sin dar la menor carcajada. La voz nunca es gruesa ni sonora, y hablan siempre muy bajo, sin gritar aun para quejarse si los matan: de manera que si camina uno diez pasos adelante , no le llama el que le necesita, sino que va a alcanzarle (…) Los varones cabezas de familia se juntan todos los días al anochecer, formando círculo sentados en sus talones, para convenirse, en las centinelas que han de apostar y vigilar aquella noche, porque nunca las omiten, aun cuando nada teman. Dan cuenta allí de si en lo que han caminado aquel día han descubierto indicio de enemigos, y hace cada uno relación de los campos adonde irá a cazar. (Félix de Azara de “Historia del Paraguay y del Río de la Plata”)
El Indio (Un poema de Fernán Silva Valdés)
Venía
no se sabe de dónde.
Usaba vincha como el benteveo,
y penacho como el cardenal.
Si no sabía de patrias sabía de querencias.
Lo encontró el español establecido:
pescador en los ríos, cazador en los bosques,
bravío en todas partes y cerrándole el paso
con arreos de guerra, vivo o muerto;
siempre como un estorbo, siempre como una cuña
entre él y el horizonte.
Modelado en barro de rebeldías,
pasa como una sombra, desnudo y ágil,
por los senderos ásperos de la Leyenda.
Esbelto, musculoso, retobado en hastío,
entre el cobre y el rojo estaba su color;
una señal de guerra le hacía punta a su instinto
y entonces, por sus venas
en vez de correr sangre, corría sol.
Estético instintivo
se ponía en el rostro los más vivos colores,
y en la cabeza plumas, como las aves bellas;
si el exceso de adornos no lo hacía más indio
cuanto más se adornaba se sentía más hombre.
Señor de la comarca,
por un pleito de caza con la tribu vecina
blandía su coraje afilado en el viento;
como los troncos de la flora indígena
era dulce por fuera y era duro por dentro;
su única dulzura temblaba en su lenguaje,
como en las ramas de la flora india
tiemblan las pitangas.
Vadeaba los arroyos en canoas;
entraba a las querencias de las fieras
o ambulaba durante varias lunas
en una aspiración horizontal
-curtido de intemperie,
rojo de sol o húmedo de tormentas-
en los días rayados de chicharras
o en las noches tubianas de relámpagos.
La conquista española enderezó sus rumbos:
y las tribus que erraban por rutas diferentes
se ataron en un haz, alrededor de un jefe,
para rodar a un tiempo como las boleadoras.
No sabía reír ni sabía llorar;
bramaba en la pelea como los pumas
y moría sin ruido, cuando mucho
con un temblor de plumas, como mueren los pájaros.
FERNAN SILVA VALDEZ
Poeta nativista uruguayo 1887 - 1975
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