Había un cacique indio que tuvo una hija a la que quería mucho. Siendo
adolescente la hija huyó con el hijo de otro cacique, cuya unión
estaba prohibida. Desesperado, el jefe salió a buscar a su hija por
todos lados. Y usando la técnica de apoyar la oreja en el suelo,
esperaba oír alguna señal que lo llevara hasta su hija. Esperaba de esa
manera escuchar y comunicarse con ella.
Al
llegar el invierno los demás indígenas no pudieron convencerlo para
que regresara, hasta que finalmente lo dejaron sólo en los montes.
El
padre pasaba horas con la oreja apoyada en el piso, esperando poder
comunicarse con su hija, esperando su regreso. Pasado el tiempo lo
encontraron acostado entre las hierbas, muerto.
Cuando
intentaron levantarlo, se dieron cuenta de que el cuerpo estaba unido a
la tierra por la oreja que, increíblemente, había echado raíces.
Para
trasladar el cuerpo del indígena tuvieron que cortar la oreja. Tiempo
después, de la oreja del indio empezó a crecer una planta que
desarrolló unas bayas oscuras en forma de oreja. Era el espíritu del
cacique que estaba vivo en aquel árbol, y con sus orejas intentaba
escuchar y poder comunicarse con su hija muy amada.
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